Con la despedida de José de Sousa Saramago también se ha marchado otro de los pensadores insignes del siglo pasado y presente. Pero esa mente crítica no se ha difuminado ni perdido, si no que permanece en sus 29 obras y sus innumerables escritos.
Pero las lágrimas no sólo asoman por su pérdida, sino porque parece que nadie está dispuesto a recoger el testigo. ¿Quién nos situará ahora en las situaciones más extremas?, ¿Quién nos enseñará a otear el mundo desde otras perspectiva?
Sin duda alguna, José Saramago es uno de los maestros que nos muestran el camino para salir de la ignorancia (según la obra de Jorge Bucay, Shimriti); de ver la vida desde un punto de vista distinto al que se nos muestra.
No han faltado los oportunistas de la política que, como alimañas, rápidamente han tomado un vuelo hacia Lisboa (o se encontraban allí) con el fin – una vez más- de hacer creer al pueblo que ellos estaban con la causa que defendía José Saramago: ser la voz de los más necesitados.
La jerarquía eclesiástica (que no hay que confundir con Iglesia) a través de el diario vaticano L’Osservatore Romano, no ha tenido buen tino a la hora de clasificar a Saramago por sus ideas políticas y espirituales. Si imaginamos que, desde sus diferencias, ambos luchan (en presente, porque sus obras siempre estarán vivas) por defender a los más menesterosos, por qué no le apoya y le ofrece unas palabras de alabanza.
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